sábado, 31 de mayo de 2025

La farsa intelectual de Podemos: de la Complutense al chalet de Galapagar

Desde las aulas de la Universidad Complutense hasta el corazón del Gobierno, Pablo Iglesias y su entorno construyeron un relato cuidadosamente diseñado: el del profesor indignado que bajaba a la arena política para regenerar la democracia. Lo que presentaron como pensamiento profundo y transformador no fue más que un simulacro de revolución, sostenido por marketing ideológico, autocomplacencia universitaria y una notable habilidad para seducir medios y platós. Hoy, cabe preguntarse: ¿qué quedó realmente del llamado "círculo de intelectuales de Podemos"?

Podemos no nació de una corriente filosófica propia ni de una teoría política original. Iglesias y los suyos repitieron, con tono doctoral y lenguaje ampuloso, fragmentos de Gramsci, Laclau, Chantal Mouffe o Negri, sin generar una doctrina estructurada ni aplicable a la realidad española. Su "radicalidad" era estética: empoderamientos, procesos constituyentes, hegemonías... Palabras grandes para ideas menores. Nada que no cupiera en un programa de debate o en un vídeo viral. Iglesias no fue un pensador: fue un operador ideológico con vocación de estrella mediática.

El origen de este montaje político-intelectual fue la Facultad de Ciencias Políticas de la Complutense, convertida en ecosistema cerrado donde se reproducen entre sí ideas, cargos, premios y publicaciones. No hay allí espacio para el debate plural ni para la verdadera investigación. Todo se ajusta a un cánon progresista repetido hasta la saciedad, en un círculo de autovalidación y clientelismo académico. Allí se formaron los profetas de la "nueva política": endogámicos, mimados, sin calle ni contraste.

Podemos supo canalizar el descontento de la crisis y convertirlo en combustible electoral. Pero su objetivo real nunca fue destruir el sistema, sino entrar en él por la puerta grande. De asambleas populares pasaron a pactos de Estado. De "los de abajo contra los de arriba", a formar parte del Consejo de Ministros y blindarse con privilegios. La máxima expresión: Pablo Iglesias, vicepresidente del Gobierno, escolta personal y chalet con jardín.

El relato de Podemos siempre fue de clase obrera, pero ninguno de sus líderes lo fue. Su discurso se vistió con camisetas del Che, sudaderas con capucha y coletazos revolucionarios... pero eran hijos de la clase media universitaria, alejados del taller y del tajo. Hicieron del obrero un fetiche y del "pueblo" una excusa para acceder al poder. Su empatía con el trabajador fue impostada, casi burlesca.

Cuando la batalla social ya no les dio votos, viraron hacia la guerra cultural importada: feminismo radical, lenguaje inclusivo, causas identitarias. Dejaron al trabajador atrás para abrazar el TikTok, el ministerio del "solo sí es sí" y las teorías de género anglosajonas.  El giro perfecto para desconectar definitivamente de su base popular y refugiarse en el nicho universitario-progresista.

Podemos no fue una revolución. Fue una campaña de marketing bien ejecutada, sostenida por subvenciones, medios públicos y un discurso cuidadosamente elaborado para sonar rebelde sin serlo. Hoy sus líderes siguen viviendo del sistema que decían venir a derribar. Su legado es la frustración de miles de jóvenes que creyeron en un cambio que nunca existió. Su pensamiento, si alguna vez lo hubo, no dejó huella.

La farsa se desmontó. Solo queda humo. Y chalets con piscina y  jardín. 

domingo, 18 de mayo de 2025

El otro Cerdán: Umbral en Ferraz



Hace unos días, en este blog, hablamos del “espejismo obrero” que envuelve a Santos Cerdán, el navarro que predica socialismo mientras, dicen, pasea un lujo que no rima con Milagro. Pero la política, como la poesía, pide más que indignación: pide un espejo que no mienta. Yo, Haimar, cronista con ecos de Umbral, me siento en el Gijón, donde Madrid aún huele a tinta y traición, y trazo esta crónica con la tinta de Paco, porque solo él sabría pintar al fontanero de Ferraz como se pinta un cuadro: con fiebre y con veneno.


Santos Cerdán, qué nombre de torero, de cantaor, de héroe de posguerra. Pero no. Es el electricista que conecta los cables del PSOE mientras la luz del pueblo parpadea. El “espejismo obrero” que Cerdán encarna no es el del poeta que sueña con versos, sino el del político que sueña con espejos. Lo imagino saliendo de Milagro, con el olor a fruta enlatada de Iberfruta pegado a la piel, soñando con un socialismo que olía a pan y a lucha. Hoy, en 2025, Cerdán camina por Madrid, por esa Castellana que Umbral recorrió con su bufanda de poeta, y lleva un traje que no cose la miseria. Rumores hablan de un ático donde Chamberí se rinde, de un coche que ruge como los sueños ajenos, pero yo, que no creo en rumores sino en versos, solo veo a un hombre atrapado en el guión de la política.


No es que Cerdán sea rico. Sus cuatro mil euros al mes, que en Milagro son un tesoro y en Madrid un alquiler, no lo hacen Rockefeller. Pero la izquierda, ay, la izquierda, no se mide en euros, sino en gestos. Y el gesto de Cerdán brilla donde Quevedo habría salpicado su tinta. Pacta con Puigdemont en Bruselas, bajo un cuadro que duele a España, y el caso Koldo, ese rumor de sobres y mascarillas, le persigue como un perro flaco. Madrid, esta ciudad que Umbral llamó “mi amante y mi enemiga”, lo observa con cansancio, desde las colas de Lavapiés hasta los tuits que lo crucifican.


Porque Cerdán no es el malo, no. Es un Fortunata y Jacinta, un Quijote de Milagro que quiso ser obrero y acabó en el salón de los espejos. La política, esa fulana que seduce y traiciona, lo ha convertido en un símbolo: el socialista que habla de pueblo mientras su paso susurra privilegio. No hay ático, quizás, ni coche que valga casas, pero hay una verdad que pesa más que los datos: la izquierda no puede ser un teatro. And Cerdán, con su Navarra en el alma y su Ferraz en la agenda, es la prueba de que el socialismo, como la poesía, no se lleva en la boca, sino en los pasos que dejas en la calle.



Nota: Este texto es un ejercicio literario inspirado en Francisco Umbral. Las referencias al estilo de vida de Santos Cerdán son rumores, no hechos confirmados.


Por Haimar, con permiso de Paco Umbral

Cerdán y el espejismo obrero: cómo vivir de la causa sin vivirla

 


Santos Cerdán no es un político cualquiera. Con un sueldo público de poco más de tres mil euros al mes, se presenta como el “electricista de la clase obrera”, pero se pasea con un ático en Madrid, una casa en Navarra y un coche de alta gama. Un socialista que viste traje a medida y habla con seguridad, pero que lleva una vida que no encaja con lo que predica. En un país donde la desigualdad crece a pasos agigantados, Cerdán parece vivir en otra realidad, la de los cuentos de hadas para adultos que hablan de compromiso social pero disfrutan del lujo.


No basta con hablar de justicia social si luego te paseas en un coche que vale lo que tres casas modestas. No sirve de nada pedir igualdad si el reloj que llevas marca horas distintas a las de quienes pagan impuestos para mantener tus lujos. Y no se puede prometer austeridad cuando el traje es tan caro como la hipocresía que lo envuelve.


Este es el espejo donde se refleja una clase política que dice ser la voz del pueblo, pero que se alimenta del mismo sistema que asegura querer cambiar. Y Cerdán es solo uno más en esta historia de desencuentros, donde las palabras se caen y muestran la verdad sin adornos: una élite cómoda, distante, jugando a ser proletarios desde la comodidad de su lujo.


La política no puede ser un teatro donde los actores se disfracen de pueblo mientras viven en palacios. Santos Cerdán y otros como él son la prueba de que el socialismo verdadero no se lleva en la boca, sino en la forma de vivir. Hasta que no renuncien a sus privilegios, seguirán escribiendo con tinta invisible la palabra “igualdad”. Y mientras tanto, la gente observa, cansada, cómo la brecha entre promesas y realidad se vuelve un abismo imposible de salvar.



Nota: Las referencias al estilo de vida de Santos Cerdán son especulativas, basadas en rumores de medios como Vozpópuli, y no hechos confirmados.


Yolanda Díaz (ríete tú del Che): Castellana 443 metros cuadrados

  Dicen que vivir en Madrid es una condena. En estos 443 metros de la Castellana, la condena huele a champán caro y moqueta recién aspirada....