Hace unos días, en este blog, hablamos del “espejismo obrero” que envuelve a Santos Cerdán, el navarro que predica socialismo mientras, dicen, pasea un lujo que no rima con Milagro. Pero la política, como la poesía, pide más que indignación: pide un espejo que no mienta. Yo, Haimar, cronista con ecos de Umbral, me siento en el Gijón, donde Madrid aún huele a tinta y traición, y trazo esta crónica con la tinta de Paco, porque solo él sabría pintar al fontanero de Ferraz como se pinta un cuadro: con fiebre y con veneno.
Santos Cerdán, qué nombre de torero, de cantaor, de héroe de posguerra. Pero no. Es el electricista que conecta los cables del PSOE mientras la luz del pueblo parpadea. El “espejismo obrero” que Cerdán encarna no es el del poeta que sueña con versos, sino el del político que sueña con espejos. Lo imagino saliendo de Milagro, con el olor a fruta enlatada de Iberfruta pegado a la piel, soñando con un socialismo que olía a pan y a lucha. Hoy, en 2025, Cerdán camina por Madrid, por esa Castellana que Umbral recorrió con su bufanda de poeta, y lleva un traje que no cose la miseria. Rumores hablan de un ático donde Chamberí se rinde, de un coche que ruge como los sueños ajenos, pero yo, que no creo en rumores sino en versos, solo veo a un hombre atrapado en el guión de la política.
No es que Cerdán sea rico. Sus cuatro mil euros al mes, que en Milagro son un tesoro y en Madrid un alquiler, no lo hacen Rockefeller. Pero la izquierda, ay, la izquierda, no se mide en euros, sino en gestos. Y el gesto de Cerdán brilla donde Quevedo habría salpicado su tinta. Pacta con Puigdemont en Bruselas, bajo un cuadro que duele a España, y el caso Koldo, ese rumor de sobres y mascarillas, le persigue como un perro flaco. Madrid, esta ciudad que Umbral llamó “mi amante y mi enemiga”, lo observa con cansancio, desde las colas de Lavapiés hasta los tuits que lo crucifican.
Porque Cerdán no es el malo, no. Es un Fortunata y Jacinta, un Quijote de Milagro que quiso ser obrero y acabó en el salón de los espejos. La política, esa fulana que seduce y traiciona, lo ha convertido en un símbolo: el socialista que habla de pueblo mientras su paso susurra privilegio. No hay ático, quizás, ni coche que valga casas, pero hay una verdad que pesa más que los datos: la izquierda no puede ser un teatro. And Cerdán, con su Navarra en el alma y su Ferraz en la agenda, es la prueba de que el socialismo, como la poesía, no se lleva en la boca, sino en los pasos que dejas en la calle.
Nota: Este texto es un ejercicio literario inspirado en Francisco Umbral. Las referencias al estilo de vida de Santos Cerdán son rumores, no hechos confirmados.
Por Haimar, con permiso de Paco Umbral
No hay comentarios:
Publicar un comentario