Santos Cerdán no es un político cualquiera. Con un sueldo público de poco más de tres mil euros al mes, se presenta como el “electricista de la clase obrera”, pero se pasea con un ático en Madrid, una casa en Navarra y un coche de alta gama. Un socialista que viste traje a medida y habla con seguridad, pero que lleva una vida que no encaja con lo que predica. En un país donde la desigualdad crece a pasos agigantados, Cerdán parece vivir en otra realidad, la de los cuentos de hadas para adultos que hablan de compromiso social pero disfrutan del lujo.
No basta con hablar de justicia social si luego te paseas en un coche que vale lo que tres casas modestas. No sirve de nada pedir igualdad si el reloj que llevas marca horas distintas a las de quienes pagan impuestos para mantener tus lujos. Y no se puede prometer austeridad cuando el traje es tan caro como la hipocresía que lo envuelve.
Este es el espejo donde se refleja una clase política que dice ser la voz del pueblo, pero que se alimenta del mismo sistema que asegura querer cambiar. Y Cerdán es solo uno más en esta historia de desencuentros, donde las palabras se caen y muestran la verdad sin adornos: una élite cómoda, distante, jugando a ser proletarios desde la comodidad de su lujo.
La política no puede ser un teatro donde los actores se disfracen de pueblo mientras viven en palacios. Santos Cerdán y otros como él son la prueba de que el socialismo verdadero no se lleva en la boca, sino en la forma de vivir. Hasta que no renuncien a sus privilegios, seguirán escribiendo con tinta invisible la palabra “igualdad”. Y mientras tanto, la gente observa, cansada, cómo la brecha entre promesas y realidad se vuelve un abismo imposible de salvar.
Nota: Las referencias al estilo de vida de Santos Cerdán son especulativas, basadas en rumores de medios como Vozpópuli, y no hechos confirmados.
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