Entre 2010 y 2015, la Troika impuso recortes brutales en España: el gasto público cayó un 7% del PIB, el desempleo rozó el 26% en 2013 (INE), y los salarios reales se estancaron hasta 2022 (OCDE). No necesitaban discursos; sus números aplastaban. Podemos, con su retórica de “casta” y “pueblo”, quiso desafiarlos, pero en 2022 su apoyo electoral había caído al 8% (CIS), frente al 21% de 2015. ¿Por qué? La Troika no debatía; ejecutaba. Como dijo un tuitero en X ese año: “Hablar de revolución está guay, pero los bancos no escuchan”.
Pablo Iglesias, con su coleta y su biblioteca de Lenin, Bujarin y Trotski, prometía cambiarlo todo. Pero sus argumentos chocaban contra preguntas simples: “Si eliminas a los ricos, ¿quién paga a los obreros? Si quitas el dinero, ¿cómo compras pan?”. No eran dilemas nuevos; eran los mismos que hundieron el bolchevismo. En 2022, mientras Iglesias se perdía en debates de género, la Troika ya había moldeado España: el déficit público bajó del 11% (2010) al 4% (2021), pero a costa de hospitales y escuelas (Eurostat). Podemos no tuvo réplica sólida; su ilusión se deshizo frente a la realidad.
“El ilusionismo llena la necesidad de lo sobrenatural”, escribió alguien en un foro olvidado. Nicolás Maduro, con su socialismo de autobusero, lo sabe bien: promete paraísos mientras Venezuela colapsa (hiperinflación del 1,700% en 2022, Banco Mundial). Podemos cayó en algo parecido: vender sueños sin manual de instrucciones. La Troika, en cambio, no vende nada; impone. Y ahí radica su fuerza. Como Heidegger podría susurrar: “El ser del poder no necesita palabras”.
En 2022, la Troika no solo apabulló a Podemos; nos recordó que las ideas, sin acción, son espejismos. Hoy, en 2025, el tablero ha cambiado: Podemos es un eco, y la Troika muta en nuevas formas de control. ¿La lección? No basta con leer a Lenin o gritar en X; hay que construir. ¿Qué propones tú para no caer en el próximo espejismo?
No hay comentarios:
Publicar un comentario