Porque esto no es política, es propaganda con uniforme. No es soberanía, es caos legitimado con eufemismos. No es gobierno, es ocupación ideológica.
La política verdadera se basa en la distinción entre orden y desorden, entre autoridad legítima y fuerza usurpadora. El chavismo, y sus derivaciones españolas, niegan esa distinción. Pretenden gobernar sin asumir la forma del Estado: sustituyen el Parlamento por la calle, el Derecho por decretos morales, la administración por redes clientelares.
Ya no hay soberano: hay voceros. Ya no hay Ley: hay relatos. Ya no hay instituciones: hay colectivos.
Esta izquierda degenerada no busca gobernar, sino representar una farsa permanente. Votan contra la Constitución mientras cobran de ella. Exigen memoria democrática para ocultar su presente criminal. Hablan de "derechos sociales" mientras destruyen la propiedad, la familia y la libertad.
¿Y quién decide? Nadie. Porque en este modelo no hay decisión, solo performance.
El pueblo como religion falsa.
Han sustituido a Dios por el pueblo. A la trascendencia por la “justicia social”. Al altar por la pancarta. Este socialismo sentimental, ruidoso y narcisista no quiere cambiar estructuras: quiere consagrarse como credo. Chávez fue su profeta tropical, Zapatero su evangelista ibérico, Iglesias su obispo populista, Sánchez su sumo pontífice de la mentira.
Y como toda RELIGIÓN FALSA, necesita mártires, herejes y liturgia. El hereje es quien cuestiona. El mártir es el que cobra sin trabajar. La liturgia es el telediario.
El chavismo y sus derivados no han traído justicia ni igualdad: han traído pobreza organizada. No hay utopía, hay subsidio. No hay libertad, hay dependencia. La revolución que prometía dignidad ha creado castas parasitarias, profesionales del agravio, militantes del “no se puede”.
Mientras los barrios se pudren, los burócratas se reproducen. Mientras la nación se fragmenta, las ONGs engordan. Mientras la deuda crece, ellos predican “solidaridad”.
Lo más grave no es lo que hacen, sino a quién se lo hacen: a España.
La izquierda separatista odia la unidad. El zapaterismo reventó la Transición. Sumar y Podemos promueven el mestizaje ideológico y la demolición moral. El sanchismo ha institucionalizado la traición. Todos, sin excepción, han convertido la política en un instrumento contra la nación.
Han regalado el Estado a sus enemigos. Han indultado a golpistas, financiado a chavistas, blanqueado a terroristas. Han sustituido el interés nacional por el chantaje parlamentario.
La política exige límites, formas y decisiones. Lo que hemos vivido desde Zapatero hasta Sánchez es la abolición de esos tres principios. Una regresión no solo institucional, sino espiritual.
No hay soberanía sin frontera moral.
No hay Estado sin verticalidad.
El chavismo —y su versión española— niega todo eso. Por eso no es política: es antipolítica, y debe ser combatida como tal
(Parte 2 y Fin)