sábado, 2 de agosto de 2025

Crónica de una degradación: Chávez, Zapatero, Sánchez


Lo que comenzó como un delirio bolivariano en el Caribe se  ha esparcido en Europa bajo formas más refinadas, pero igual de letales: Zapatero, Sumar, Podemos, la izquierda separatista y finalmente el sanchismo. Hijos todos del mismo virus: la destrucción del Estado en nombre del Pueblo.

Porque esto no es política, es propaganda con uniforme. No es soberanía, es caos legitimado con eufemismos. No es gobierno, es ocupación ideológica.

La política verdadera se basa en la distinción entre orden y desorden, entre autoridad legítima y fuerza usurpadora. El chavismo, y sus derivaciones españolas, niegan esa distinción. Pretenden gobernar sin asumir la forma del Estado: sustituyen el Parlamento por la calle, el Derecho por decretos morales, la administración por redes clientelares.

Ya no hay soberano: hay voceros. Ya no hay Ley: hay relatos. Ya no hay instituciones: hay colectivos.

Esta izquierda degenerada no busca gobernar, sino representar una farsa permanente. Votan contra la Constitución mientras cobran de ella. Exigen memoria democrática para ocultar su presente criminal. Hablan de "derechos sociales" mientras destruyen la propiedad, la familia y la libertad.

¿Y quién decide? Nadie. Porque en este modelo no hay decisión, solo performance.

El pueblo como religion falsa

Han sustituido a Dios por el pueblo. A la trascendencia por la “justicia social”. Al altar por la pancarta. Este socialismo sentimental, ruidoso y narcisista no quiere cambiar estructuras: quiere consagrarse como credo. Chávez fue su profeta tropical, Zapatero su evangelista ibérico, Iglesias su obispo populista, Sánchez su sumo pontífice de la mentira.

Y como toda RELIGIÓN  FALSA, necesita mártires, herejes y liturgia. El hereje es quien cuestiona. El mártir es el que cobra sin trabajar. La liturgia es el telediario.

El chavismo y sus derivados no han traído justicia ni igualdad: han traído pobreza organizada. No hay utopía, hay subsidio. No hay libertad, hay dependencia. La revolución que prometía dignidad ha creado castas parasitarias, profesionales del agravio, militantes del “no se puede”.

Mientras los barrios se pudren, los burócratas se reproducen. Mientras la nación se fragmenta, las ONGs engordan. Mientras la deuda crece, ellos predican “solidaridad”.

Lo más grave no es lo que hacen, sino a quién se lo hacen: a España.

La izquierda separatista odia la unidad. El zapaterismo reventó la Transición. Sumar y Podemos promueven el mestizaje ideológico y la demolición moral. El sanchismo ha institucionalizado la traición. Todos, sin excepción, han convertido la política en un instrumento contra la nación.

Han regalado el Estado a sus enemigos. Han indultado a golpistas, financiado a chavistas, blanqueado a terroristas. Han sustituido el interés nacional por el chantaje parlamentario.

La política exige límites, formas y decisiones. Lo que hemos vivido desde Zapatero hasta Sánchez es la abolición de esos tres principios. Una regresión no solo institucional, sino espiritual.

No hay soberanía sin frontera moral.

No hay Estado sin verticalidad.

El chavismo —y su versión española— niega todo eso. Por eso no es política: es antipolítica, y debe ser combatida como tal


(Parte 2 y Fin)




La revolución subvencionada: de Chávez a Sánchez pasando por Zapatero

 


Hay formas de poder que no merecen ni el nombre de política. Lo que en sus inicios pudo parecer una revuelta plebeya, pronto degeneró en una parodia de Estado: ruido de pueblo, mitología barata y burocracia sin ley. El chavismo no construye poder: lo simula. Lo degrada. Lo disfraza de justicia para imponer el desorden.

A quien defienda aún que aquello es soberanía popular, habría que recordarle lo que la verdadera soberanía exige: decisión para preservar el orden, no para reventarlo desde dentro.

El recurso a la emergencia —esa suspensión de reglas que en un Estado serio sirve para proteger el cuerpo político— se convirtió en Venezuela en la herramienta de su propia destrucción.

Allí, los estados de excepción son permanentes, las leyes se reinterpretan según convenga al caudillo, y el orden jurídico no existe: sólo hay simulacro.

La excepción deja de ser decisión seria y se vuelve rutina del tirano. Ya no garantiza el orden, lo sustituye por miedo y obediencia.

El poder, cuando se vacía de forma, se llena de eslóganes. El chavismo reemplazó las instituciones por "poder popular", asambleas paralelas, milicias aficionadas y propaganda sentimental.

Allí donde debería haber una autoridad jurídica sólida, hay un eco sin forma de masas y griterío. El Estado pierde su majestad, se convierte en pulpa ideológica.

No hay forma política: hay agitación permanente. El "pueblo" no gobierna, pero lo usan para justificar el caos.

Cuando la trascendencia desaparece, la ideología se vuelve credo.

La revolución, redención.

El líder, profeta.

La consigna, oración.

Eso ha sido el chavismo: una fe barata para sustituir a Dios por Chávez, la Iglesia por el partido, la moral por la obediencia ciega al “proceso”.

Pero el alma política de una nación no puede sostenerse sobre liturgia de pancarta ni sobre los huesos de un militar embalsamado.

La autoridad —para ser tal— debe infundir respeto, gravedad, continuidad.

Pero allí, lo que hay es populismo de mercado, corrupción consagrada, lenguaje de taberna y redes clientelares que convierten al Estado en botín.

No hay representación: hay reparto.

No hay mando: hay espectáculo.

Y en vez de solemnidad institucional, hay vulgaridad con boina y cadena nacional.

Un verdadero orden político necesita raíces: tradición, familia, comunidad espiritual. El chavismo no sólo niega eso, lo combate activamente.

Expulsa a la Iglesia, dinamita la propiedad, reescribe la historia, desprecia la familia y promete un “hombre nuevo” sin Dios, sin pasado, sin vínculos.

Pero un pueblo sin historia es arcilla del poder. Y el chavismo la ha moldeado con la arrogancia de los ignorantes.

El chavismo no representa la política, sino su degradación total:

No gobierna, improvisa.

No representa, agita.

No decide, manipula.

No une, divide.

No edifica, destruye.

El orden político serio exige forma, respeto y trascendencia.

Lo otro —lo que hay en Venezuela— es apenas una parodia de poder, una mueca revolucionaria donde la política ha muerto y sólo queda propaganda con uniforme.


(Parte 1)

Crónica de una degradación: Chávez, Zapatero, Sánchez

Lo que comenzó como un delirio bolivariano en el Caribe se  ha esparcido en Europa bajo formas más refinadas, pero igual de letales: Zapater...