sábado, 9 de abril de 2022

Los gobiernos socialistas prefieren un consenso con las élites dominantes a cambio de mantenerse ellos en el poder político

 



El comunismo resultó ser un espejismo. Millones de personas murieron  en busca  de un paraíso terrenal  inexistente, pero eso no ha impedido  que se siga buscando. En el tramo final del siglo XX, los neoliberales empezaron  a promocionar  su propia versión  de ese mismo mito; el capitalismo global lograría lo que el comunismo  no pudo. 

El culto al libre mercado  era como el comunismo   en cuanto a su carácter de credo revolucionario. Los neoliberales creían, como Marx y Engels en el Manifiesto Comunista,  que habían  solucionado el enigma de la historia.

Marxistas y neoliberales inisisten  en que sus promesas de un futuro radiante  son el resultado  de un 'riguroso ejercicio  científico', pero la firmeza de su convicción  delata la auténtica fuente de sus creencias. El marxismo y el neoliberalismo son sucedáneos religiosos en los que el mito cristiano  del fin de la historia  se ha traducido al idioma de la 'ciencia (la Covid, puso a la ciencia  de las certezas absolutas', contra las cuerdas).

De hecho, en pleno inicio del XXI, el marxismo (y la socialdemocracia) y el neoliberalismo (la socialdemocracia) son ya credos desacreditados.

Contrariamente  a lo que invoca un venerable tópico estadounidense,  la cultura estadounidense no es maniquea. Es cierto que los maniqueos —seguidores  de un predicador religioso persa del siglo III— eran dualistas radicales  que dividían el mundo en las fuerzas de las tinieblas y las de la luz,  pero ellos creían que el bien y el mal eran consustanciales, y que la lucha entre ambos  era interminable. 

A pesar  de la infatigable devoción religiosa  del país, la cultura estadounidense  está muy alejada de la cultura cristiana tradicional. De hecho, la cultura estadounidense  está infundada por algo  que siempre  ha sido considerado una herejía: la doctrina de Pelagio,  según la cual la naturaleza  humana no es intrínsecamente  imperfecta. 

Jean-Paul Sartre declaró: "Yo creo en la existencia del mal y él no". Tras un encuentro con un estadounidense bienintencionado  que creía que  la guerra podría  ser abolida  para siempre  si las relaciones internacionales  estuvieran en manos de hombres razonables.  Sartre captó así la diferencia real  entre las cosmovisiones  estadounidenses y europea.

De hecho, la cultura estadounidense contemporánea, sin embargo, está fundamentada  sobre la fe pelagiana en que el mal puede ser derrotado y erradicado del mundo.



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