Los jueces. Dios mío.
Otra clase de oficinistas con trajes de superhéroes.
Putos dioses de cartón piedra.
Los ves entrar en la sala como si el aire se volviera más puro con su presencia,
Sentados ahí, en alto, jugando a la justicia como si fuera ajedrez
y tú fueras un jeta con resaca sin causa.
Pero eso no debería importar.
Lo que importa es el teatro.
El fiscal, ese otro tipo con cara de estreñido/a
Habla como si tuviera una polla metida en la boca y un diccionario en el culo.
Todo lo convierte en expediente.
No piensa.
Aplica.
Y si eres culpable, pero tienes padrino, te salva.
Y si eres inocente, pero votas mal, te hunde.
¿Justicia?
Una puta broma.
No hay justicia.
Hay horarios.
Hay protocolos.
Hay expedientes con grapas oxidadas.
La cárcel está llena de pobres, de tipos sin abogado.
Y los corruptos están en la costa, con yate y amantes jóvenes.
Y el juez les sonríe en las fiestas.
El sistema es una máquina vieja que escupe papeles
y se folla a los que no saben escribirlos.
Si no tienes dinero, estás jodido.
Si levantas la voz, estás jodido y además fichado.
Una vez vi a un tipo que robó comida irse a la cárcel.
Y a otro que estafó a 200 familias salir con el traje bien planchado.
Uno lloraba.
El otro firmaba autógrafos.
El juez bostezó.
Y el fiscal pidió sushi.
No hay épica aquí.
No hay tragedia griega.
Sólo mierda. Fría. Legalizada. Notificada. Sellada.
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