domingo, 27 de febrero de 2022

Progresismo: "El gasóleo costaba 0,54 euros por litro en 1998 a 1,384 euros en la actualidad, un 157% más "

 


Hay que comprender entonces que el mal viene de lejos. El crimen democrático contra el orden de la filiación humana  es, ante todo,  un crimen político, simplemente la organización  de una comunidad humana  sin vínculos con el Dios Padre. Lo que se implica  y denuncia bajo el nombre  de democracia  es la política misma. Ahora bien, esta no nació de la incredulidad moderna. Antes de los modernos que cortan las cabezas de los reyes para poder llenar fácilmente  sus carros en los supermercados, están los Antiguos, y en primer lugar, esos griegos que cortaron lazos con el pastor divino  e inscribieron, bajo el doble nombre de filosofía y de política, las actas de ese adiós. 


Ningún hombre puede mandar sobre los otros sin  inflarse  de desmesura e injusticia. Pero Platón, contemporáneo a su pesar  de estos hombres que pretenden  que el "poder pertenece al pueblo", y que no  podía oponerles  más que un "cuidado  de sí" incapaz  de salvar la distancia  de los unos  a los todos, habría  refrendado  el adiós  enviando  el reino de Cronos y el pastor divino a la edad de las fábulas, al precio de paliar  su ausencia con una fábula distinta: la de una "república"  basada en la "bella mentira" según la cual el dios, para asegurar el buen orden de la comunidad, habría puesto oro  en el alma  de los gobernantes, plata en la de los guerreros y hierro en la de los artesanos. 

A este precio, la democracia no es,  de hecho, más que el "imperio de la nada", figura última  de la separación de la política que, desde  el fondo del desamparo, llama a volverse hacia el pastor olvidado.  Pero también es posible tomar las cosas al revés , preguntarse por qué la vuelta hacia el pastor perdido viene a imponerse como la consecuencia última   de cierto análisis   de la democracia  en tanto sociedad  de individuos consumidores.

Platon le hace a la democracia dos reproches  que primero parecen oponerse, pero que sin embargo  se articulan estrictamente uno con el otro. Por un lado la democracia es el reinado de la ley abstracta, opuesta  a la del medico y el pastor. La virtud del pastor o el médico  se expresa de dos maneras: sus ciencias respectivas se oponen  en primer lugar  al apetito del tirano, porque se ejercen   para exclusivo beneficio  de aquellos   de quienes se ocupan. Pero se oponen  también a las leyes  de la ciudad democrática  porque se adaptan al caso presentado   por cada paciente  o por cada cordero. En cambio, las leyes para la democracia  pretenden valer  para todos los casos. Se asemejan  así a las recetas  que un médico  que se ha ido de viaje hubiera dejado en bloque,  independientemente de la enfermedad a tratar.

 Pero esta universalidad de la ley es una apariencia engañosaLo que el hombre democrático valora en la inmutabilidad  de la ley no es lo universal  de la idea, sino que sirva de instrumento  a su capricho. En el lenguaje moderno, diremos que bajo el ciudadano  universal  de la constitución democrática  tenemos que reconocer al hombre real, es decir, al individuo egoísta de la sociedad democrática.


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